Formamos parte de la Iglesia Cristiana Universal sobre el fundamento sólido de confesar nuestra fe personal en un solo Dios, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, y asumir los principios evangélicos de la Sola Gracia Divina, la Sola Fe de Jesucristo y la sola Sagrada Escritura del Antiguo y el
Nuevo Testamento.
Afirmamos la necesidad de la vida eterna por la fe en Jesucristo como único Señor y Salvador personal, eterno y todo suficiente, fruto del nuevo nacimiento de la regeneración que la bendita persona del Espíritu Santo produce en los corazones arrepentidos que rinden sus vidas a Jesucristo.
Creemos que nuestra autoridad en fe y práctica es la propia persona de Jesucristo, única cabeza de la Iglesia Universal y único Mediador entre Dios y los hombres, según revelan las Sagradas Escrituras, y según se manifiesta en el pueblo cristiano mediante la bendita persona del Espíritu Santo.
Creemos que las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento son la Palabra de Dios escrita, y voz profética más segura para conocer la revelación de Dios en su Hijo Jesucristo, en quien mora corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y quien es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
Creemos que los Mandamientos de la Santa Ley de Dios –el Decálogo- revelan el carácter de Dios y son para nuestro bien, y que la dificultad en vivirlos en obediencia no radica en la debilidad de la Ley, que es perfecta y convierte el alma, sino en nuestra pecaminosidad.
Creemos que la Gracia de Dios no es para que vivamos en el pecado sin consecuencias, sino para asistirnos en nuestra debilidad y producir en nosotros la santificación que anhelamos como hijos e hijas de Dios, sobre el único fundamento del sacrificio de Jesucristo en la Cruz del Calvario.
Creemos que si confesamos nuestros pecados, el Señor es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad por la sangre derramada por Jesucristo en la Cruz del Calvario en nuestro lugar.
Creemos que, justificados por la fe de Cristo, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, Sumo Sacerdote del orden de Melquisedec, quien intercede por nosotros ante el Padre de las Luces en el Santuario Celestial, hasta el Día de su Segunda Venida en poder y gran gloria, cuando los que durmieron en Cristo resucitarán primero, y después los redimidos vivos serán transformados para el encuentro de ambos con Jesucristo en el aire para ser trasladados a la Casa del Padre.
Entendemos que el Señor Jesucristo tiene una sola Iglesia en este mundo, una Iglesia Universal formada por todos los redimidos por la sangre de Jesucristo, Iglesia visible solamente a los ojos de Dios.
Entendemos que nuestras comunidades de fe deben estar constituidas por hombres y mujeres redimidos por el sacrificio de Jesucristo en la Cruz, bautizados por inmersión en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, como símbolo de morir con Jesucristo para vivir en novedad de vida bajo la dirección del Espíritu Santo, cuyo bautismo hemos de buscar para vivir una vida de santidad y servicio para la gloria de Dios y el bien de todos.
Afirmamos la responsabilidad, libertad y autonomía de cada comunidad cristiana para que la multiforme gracia de Dios forme el Cuerpo del Señor en su propósito de vida y obra para testimonio del Evangelio al mundo.
Creemos que nuestras comunidades están formadas por personas falibles y que nunca llegaremos a ser comunidades ideales, pero que en medio de la fragilidad humana, y por la gracia y misericordia de Dios, se hará visible la presencia del Espíritu Santo por los méritos exclusivos de Jesucristo.
Afirmamos el sacerdocio universal de todos los cristianos y cristianas, y reconocemos la vigencia de los diversos dones, ministerios y operaciones del Espíritu Santo para el desarrollo de las comunidades cristianas, entendiendo siempre la autoridad como servicio, nunca como jerarquía piramidal.
Creemos que el compromiso expresado en el bautismo y nuestra labor como miembros de la comunidad de fe debe conducirnos al compañerismo solemne y espiritual entre nosotros y con otras comunidades cristianas en el desempeño de la misión evangelizadora, sin limitaciones denominacionales, territoriales ni de género.
Afirmamos la necesidad de preservar la libertad religiosa y de conciencia para todos, y como consecuencia asumimos que la multiforme gracia de Dios produzca características y énfasis distintivos entre nosotros, sin que por ello se genere división en la unidad del Espíritu Santo, el vínculo de la paz de Cristo Jesús.
Creemos en la necesidad de la separación de las comunidades cristianas y el estado secular, por estar enraizados en el único señorío de Jesucristo, la mayordomía cristiana para el sostén de la comunidad y la libertad religiosa para todos.
Creemos que hemos de procurar la interdependencia entre las comunidades, y así cumplir el mandamiento apostólico de evitar que haya holgura para unos y escasez para otros, mediante la práctica de la solidaridad testificada por el Nuevo Testamento entre las comunidades nacientes.
Creemos que hemos de adorar a Dios comunitariamente de forma libre en torno a la Palabra de Dios, la oración, la alabanza, la mesa memorial, la sencillez de corazón y la dirección del Espíritu Santo, celebrando juntos la cercanía de Dios.
Como discípulos de Jesucristo creemos en su promesa de volver a buscar a los
suyos, los que le aman, guardan sus mandamientos y tienen la fe y el testimonio de Cristo, para trasladarnos a la Casa del Padre, y la transformación de toda esta Creación en nuevos cielos y nueva tierra, donde morará la justicia, por cuanto los impíos no tendrán parte en ella. Amén.